Luna guardó silencio, mirando a Leandro con indiferencia, apretando los puños involuntariamente.
—¡Discúlpate! —repitió Leandro, señalando el suelo manchado por el café—: Límpialo.
Celia continuó con su papel de buena samaritana, impidiéndolo:
—Leandro, no hagas eso. Voy a llamar a limpieza.
Sabía que Leandro tenía una obsesión por la limpieza y no podía tolerar la suciedad.
—Está bien, yo lo haré.
De repente, Luna se agachó y recogió la taza de café en el suelo que aún tenía un poco de líquido.
Sin previo aviso, se levantó de un tirón y arrojó el resto del café sobre Celia. La rapidez fue tal que Celia no tuvo tiempo de reaccionar y su maquillaje impecable quedó completamente arruinado. Incluso la chaqueta de Leandro recibió algunas salpicaduras.
Celia quedó atónita, sin poder creer que Luna hubiera hecho eso frente a Leandro. Por un momento, no pudo articular palabra.
Luna sacudió sus manos, se encogió de hombros y con seriedad se disculpó:
—Lo siento.
De repente, sonrió y