Ivy se agarró el vientre de repente y gritó. —¡Me duele tanto... bebé... no asustes a mami...
Su voz sonaba estridente y teatral, era la misma actuación que había dado docenas de veces antes.
Allí iba otra vez.
Diego la miró con ojos muertos y el rostro completamente inexpresivo. Ya no quedaba rastro del hombre preocupado y desesperado que solía correr a socorrerla.
—¿...Diego? —la voz de Ivy tembló al ver su expresión fría—. ¿No vas a ayudarme?
Él se burló y simplemente se tapó los oídos mientras se ponía de pie.
—Sigue actuando —dijo con frialdad—. Tal vez, alguien más te crea.
Bajo las miradas atónitas de todos, se dirigió hacia la puerta furioso.
—Diego, ¿adónde vas? —le gritó su padre.
Se detuvo en el umbral, sin darse la vuelta. —A buscar a la única persona que realmente importa.
Salió como una tromba sin mirar atrás, dejando a Ivy todavía agarrándose el vientre en el suelo.
Lo más importante para Diego era encontrarme rápidamente, antes de que pudiera escaparme de él otra vez.
E