Mateo le atrapó la muñeca con facilidad, dejando en evidencia su fuerza superior.
—Fue —gruñó Mateo, la voz de su lobo era distorsionada y amenazante—. Tiempo pasado.
Justo cuando Mateo se preparaba para asestar otro golpe devastador, abrí la puerta del probador y me interpuse entre ellos.
Mi corazón estaba acelerado, pero mi voz se mantuvo firme. —Diego, vete inmediatamente.
Ambos hombres se quedaron inmóviles, con su atención dirigiéndose hacia mí.
Diego me miró fijamente, sus ojos llenos de una incredulidad desesperada. —Valeria, ¿en serio lo estás protegiendo? ¿Después de todo lo que hemos vivido?
La sangre fluía continuamente de la herida en su frente, deslizándose por su mejilla y mezclándose con lágrimas que parecía no darse cuenta de que derramaba.
Ese rostro que una vez fue apuesto, ahora estaba hinchado y desfigurado, su camisa blanca se encontraba manchada de sangre y polvo. Su cabello, usualmente perfecto, colgaba lacio y despeinado. No quedaba rastro alguno de sus antiguos