Las suites de los hoteles Legado siempre cuidaban la iluminación al detalle. Sobre el bar y el librero, una hilera de focos dirigibles proyectaba una luz brillante y concentrada; el espejo del baño contaba con un aro de luz led con sensor de movimiento, mientras que la lámpara de pie junto a la cama, hecha de tiras de bambú, emitía un resplandor amarillo, cálido y suave que se filtraba con delicadeza.
En la quietud de la habitación, con las miradas fijas el uno en el otro, ese silencio parecía añadir un toque de ternura e intimidad a la atmósfera.
La distancia entre ellos se acortaba y los latidos de sus corazones resonaban con fuerza en sus oídos.
Para un hombre y una mujer adultos, lo que estaba a punto de suceder parecía el siguiente paso lógico.
Claro, si el estómago de Miranda no hubiera decidido rugir de hambre en ese preciso momento.
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