Lejos de allí, en casa, Miranda no tenía ni idea de que, alguna vez en la vida, de la boca de su flamante esposo saldría un cumplido hacia ella.
Había conciliado el sueño temprano, pero olvidó ajustar el humidificador antes de acostarse. El ambiente en la habitación se tornó algo seco y, en mitad de la noche, la sed la despertó.
Se levantó medio dormida, con los ojos apenas entreabiertos, y empujó la puerta de su habitación para bajar descalza las escaleras.
Normalmente, cuando se quedaba en su departamento, tenía un frigobar en el dormitorio; beber agua por la noche era tan simple como estirar el brazo, una comodidad absoluta.
Al pensar en esto, volvió a maldecir mentalmente a Guillermo. Sin consultarle siquiera, la había metido de nuevo en esta casa para luego largarse de juerga. Un auténtico desconsiderado.
Y, casualidades de la vida, el susodicho desconsiderado regresaba en ese preciso instante.
Claro que Miranda, entre la somnolencia y la sed acuciante, no reparó en su presencia