Caminaba de un lado a otro por el despacho, la tensión marcaba mis pasos. Vera permanecía en el sofá, todavía usando el vestido de la cena, las piernas cruzadas, el mentón apoyado en la mano.
Thomas frente a mí, explicando lo sucedido:
—Hablé con el restaurante y con la empresa de decoración —comenzó—. La empresa asegura que recibió una notificación de cancelación del servicio. No mandaron a nadie. Sin embargo, el restaurante afirma que sí acudieron tres personas, con uniformes de las de la compañía original. Revisamos las cámaras de seguridad: se les ve entrando por los pasillos, cargando cajas del material. No hay grabaciones dentro del salón porque son privados.
Fruncí el ceño. —Entonces falsificaron.
—Así es, señor —asintió Thomas—. El restaurante tampoco estaba al tanto de lo que habían hecho en la sala. Tenían órdenes de servir la cena solo cuando ustedes llegaran.
El golpe de realidad me crispó la mandíbula. Si hubieran querido, habrían puesto veneno en la comida. Explosivos. O