Lo vi apoyado contra la cómoda, los músculos tensos bajo la tela de su camisa, sus nudillos blanqueando contra la madera. El rostro pálido, contraído en una mueca de dolor, La mano clavada en la sien.
—Leo… amor, ¿qué pasa? —mi voz salió rota.
Tomé su brazo y lo guie hasta la cama. Se sentó en el borde, encorvado, los dedos hundidos en el cabello. Me arrodillé frente a él, buscando su mirada.
—Dime algo.
Fui por el teléfono. Debía llamar al médico. Su mano atrapó la mía antes del primer paso.
—Estoy bien... Tranquila.
—¿Bien? Estás ardiendo de dolor.
Alzó la vista. Sus ojos vidriosos mostraban destellos de alivio. Una sonrisa leve le cruzó los labios.
—Ya pasó… —tomó aire—. Lo re