No podía aguantar más el dolor que sentía: era descomunal, abrasador, desgarraba por dentro. Leo estaba a mi lado, serio. Quise gritarle, maldecirlo, apartarlo, pero el dolor me atravesaba sin tregua.
—Déjame llevarte a la cama —colocó sus brazos en mi nuca y por debajo de las piernas.
Negué de inmediato. El solo intento me hizo sollozar. Mi cuerpo entero se negaba a cooperar. Sentía la pelvis pesada, una presión imparable. Tenía la certeza de que moverme solo empeoraría todo.
—Necesito revisarte —insistió, incorporándose de inmediato. Se aproximó a la encimera del baño, abrió una de las gavetas y sacó unas tijeras. Se lavó las manos con el gel desinfectante, luego volvió a mi lado.
Lo vi agacharse.
Abrí los ojos aterrada.
No entendía qué iba a h