Caminé en círculos por la habitación hasta gastarle el brillo al piso. El impulso descomunal de ir a patear la puerta del despacho y cortar con esa escena, ya tenía mis nervios a tope. Me parecía una falta de respeto que Leo permitiera tales acciones en nuestra casa, donde duerme nuestro hijo.
Bufé otra vez, frustrada; si seguía así, me iba a desinflar sola. Por más ganas que tuviera de ir, no podía darme el lujo de crear una escena de celos barata y sabotear mi plan. Respiré hondo. Dicen que contar hasta diez, ayuda; yo creo que contar hasta mil funcionó ligeramente.
Tomé camino fuera de la habitación, directo al cuarto de actividades. La luz entraba a rayas por la persiana. Agnieszka estaba en la alfombra junto a Alaric, seleccionando aros de colores.
—Ve a descansar un rato —le indiqué—. Yo me quedo con él.
—¿Segura, señora? Puedo quedarme hasta que…
—Estoy bien. Anda.
Agnieszka se marchó.
Tomé un lugar en la manta. Alaric miró como si yo fuera su juguete nuevo y balbuceó algo inco