Me zafé de su agarre con un manotazo.
—Estás enfermo —espeté, la voz envenenada por algo peor que la rabia: un temblor visceral, nacido del miedo.
Miedo porque esa expresión suya... esa expresión que conocía demasiado bien, había vuelto. La misma mirada implacable, posesiva y controladora que solía tener cuando me dominaba, cuando me follaba hasta quebrarme. Y verla otra vez... desestabilizó mis nervios.