Tomé asiento en el sofá, con las piernas cruzadas, el cabello aún húmedo por la ducha. Me había bañado en cuanto llegué. El calor ya empezaba a sentirse denso, pegajoso, y después del turno que me había metido, necesitaba limpiarme el sudor, el cansancio, el asco. Lina había salido a comprar algunas cosas, pero era obvio que solo nos estaba dando algo de privacidad. Alaric dormía profundamente en su cuna, ajeno a todo. En la sala, Annette observaba un atrapasueños colgado en la pared.
—Creí que éramos amigas —comenzó, acariciando las plumas del objeto.
—Claro que lo somos, Anne...
—¿Y cuándo pensabas decírmelo?
Me encogí de hombros. —No tengo teléfono, las cosas se han complicado... Pero iba a contártelo. Pronto...
Ella se sentó en la silla lateral, cruzando una pierna.
—¿Qué pasó entre tú y Leo?
Respiré hondo. Jugué con una hebra suelta del pantalón.
—Las parejas tienen problemas, Anne. A vec