—¿Oficial...? ¿Me está hablando en serio? —reí, sin una pizca de humor, alzando un poco más la voz, incorporándome ligeramente en el asiento—. ¿Viene hasta mi casa, bajo la lluvia, solo para soltar semejante blasfemia contra mi marido? ¿Mi esposo, un hombre tan respetable, caritativo, un ciudadano ejemplar que lo único que ha hecho es reconstruir lo que quedó de mi vida? ¿Tiene alguna fijación enfermiza con nosotros o simplemente se aburrió de perseguirme a mí y ahora decidió entretenerse señalando al hombre que amo?
—No me estoy divirtiendo —Lena se quedó tiesa de la impresión, pero se recompuso—. Y no lo acuso. Simplemente compartí una preocupación legítima.
—¡Pues su preocupación legítima me resulta insultante! —solté furiosa—. Usted me hizo sentir vigilada, arrinconada, tratada como una criminal en mi propio hogar. Se permitió dudar de mí cuando más vulnerable estaba. ¿Y ahora aparece con esta... absurda teoría?
—No lo es. Pensé que... creí que...
No la dejé terminar.
—No tie