Caminé empujada por el instinto. Al notar mi presencia, Thomas me dirigió un leve asentimiento y se marchó en silencio. Leo tomó mi mano y la llevó a sus labios, depositando un beso tierno sobre mis dedos.
—¿Te estás divirtiendo? —murmuró.
Lo observé, sin responder de inmediato. Mis ojos recorrieron su rostro, buscando grietas en la máscara de calma.
—¿Qué hablaban? Se veían serios —solté, tanteando el terreno.
Leo apartó un mechón rebelde detrás de mi oreja.
—Nada grave. Un tema del trabajo —contestó, seco.
Algo no terminaba de encajar.
—¿Algo del trabajo? —repetí, ladeando la cabeza—. Escuché que dijiste «encuéntrenla». ¿A quién deben encontrar?
Leo hizo una pausa apenas perceptible. Acortó la distancia entre nosotros, dejando asomar una leve sonrisa en sus labios.
—Una figura antigua. Estaba en tránsito y hubo confusión con la documentación. Nada grave, pero causó alarma. Ya está localizada. No te preocupes por eso, amor.
Fruncí el ceño.
—Thomas mencionó que no estaba tan