Don Miguel sabía que tan solo es una dama y la quería — Don Darío, me gusta tu dama y es muy hermosa —
— Gracias, Don Miguel y sí, es hermosa —
La charla de negocios se alargaba entre cifras, acuerdos y posibles inversiones. El humo del puro de Miguel impregnaba la oficina, y su voz grave resonaba sin pudor. Korina permanecía sentada al lado de Don Darío, escuchando en silencio, con las manos sobre su regazo.
De pronto, Miguel soltó una carcajada que rompió el tono serio de la reunión — Sabes, Darío — Dijo inclinándose hacia adelante, con una sonrisa cargada de picardía — En este negocio no solo se pueden intercambiar cartas y fichas. También podemos hacer… un cambio de damas —
Sus ojos se movieron descaradamente hacia Korina, como si ya se hubiera imaginado dueño de su compañía.
La sala quedó en silencio. El ambiente, antes pesado, se tornó helado. Korina apretó los labios y bajó apenas la mirada, sintiendo cómo la indignación le hervía por dentro, aunque se contuvo por respeto