Era domingo y lo que más deseaba en ese momento, siendo las nueve de la mañana, era seguir durmiendo hasta las once. Estaba rendida. Verónica se había despertado a las siete y me había pedido el desayuno. Me levanté y, después de servirle unos cereales con los ojos entrecerrados y el cuerpo entumecido por el cansancio acumulado de la semana, me volví a acostar, mientras ella comía su tazón metida entre las cobijas de mi cama, viendo televisión.
Estiré los brazos y puse mi cabeza al lado de Verónica, que estaba calentita y me invitaba a seguir acostada, pero tenía un almuerzo especial por hacer. Víctor llegaría sobre el mediodía.
—Vete a duchar antes de seguir viendo tele —Le dije a Verónica tan pronto me levant&ea