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Capítulo 5 : Donde perteneces, lo que sientes

Alba se sentía atrapada en una maraña de emociones que le oprimían el pecho. Estaba sentada en el borde de la cama, con las manos apretadas sobre las rodillas, luchando por no llorar. Massimo. Siempre Massimo. No importaba cuánto intentara avanzar, cuánto se esforzara por recomponer los pedazos de su vida, él volvía a irrumpir como un huracán dispuesto a recordarle que no había manera posible de sacarlo de su vida.

—¿Por qué no puedo odiarte por completo? —susurró para sí misma, apretando los dientes con rabia.

Su mirada se deslizó hasta la puerta de la suite, la misma que había cerrado anoche con rabia, expulsándolo de su espacio y, al menos por unas horas, de su vida. Pero no de su mente. No de su corazón. El beso que le había dado fue un error imperdonable, y aun así, su cuerpo lo había recordado como si el tiempo no hubiera pasado.

¿Acaso era tan estúpida como para seguir queriendo al hombre que la odiaba?

¡Dios, sí que lo era!

La mujer se observó a sí misma en el espejo: la imagen cansada, con los ojos brillantes por la frustración y esa estúpida sensación de hacer que Massimo confiara en ella la perseguía incluso ahora que sabía que todo estaba acabado. No podía seguir así. No podía seguir amando a un hombre que había sido cruel, indiferente, y que había preferido creerle a su hermana antes que a ella. No podía aferrarse al sentimiento que la envolvía ahora que había encontrado el valor para separarse de la tóxica relación que tenían.

Esa noche, después de irse a la cama, Alba recordó la última vez que había sido humillada por Massimo y su hermana. Fue en una fiesta. Una de esas galas llenas de rostros conocidos, vestidos brillantes y risas forzadas. Alba había sido invitada por compromiso, y su marido no había podido impedirle ir.

Pero en aquella fiesta se había encontrado a su hermana cerca del bar, siendo cariñosa con Massimo ante los ojos de todos. Y cuando había decidido hacerse valer ante ambos, solo había terminado siendo humillada, arrastrada a una discusión cargada de veneno.

—¿Podrías tener más cuidado? —le había dicho su hermana, sujetando su copa de champaña con elegancia fingida—. Arruinaste mi vestido.

Alba la miró, confundida. Aquello fue una mentira. Ella había lanzado la copa sobre sí misma cuando Massimo había intentado arrastrarme lejos de ella, como si realmente hubiese comenzado yo aquel show.

—No te toqué, Lia —había intentado defenderse—. Ni siquiera me acerqué a ti.

Lia hizo un puchero dramático, señalando una mancha apenas visible en la tela cara de su vestido antes de aferrarse a los hombros de su marido con un falso pánico en sus ojos.

—Claro, ahora me vas a decir que se manchó solo —la acusó—. Siempre te haces la inocente, Alba.

—¿Excusas? ¿La inocente yo? —Alba entrecerró los ojos—. Estás mintiendo y lo sabes.

Sin embargo, su esposo corrió desesperado por unas servilletas para socorrerla, momento que Lia aprovechó para burlarse de ella, destilando veneno en sus palabras.

—¿Quién va a creerte a ti? ¿Qué sabes tú de la verdad? —replicó Lia con una sonrisa venenosa—. ¿Sabes qué, Alba? Aunque tengas ese anillo en el dedo —dijo—, aunque intentes ser algo más que la sombra de Massimo, nunca vas a conseguir que te perdone. No mientras yo viva.

Luego su expresión cambió.

—¡Deja de amenazarme, Alba!

La mujer se había quedado muda ante aquella falsedad. Alba vio cómo su marido la hacía a un lado, se acercaba a Lia y, sin siquiera escuchar su versión, la obligaba a pedirle disculpas a su hermana.

—Pide disculpas, Alba —había dicho—. No es tan difícil ser decente por una noche y no hacer un show.

Ese día, una parte de ella se rompió. Supo que algo dentro de Massimo había cambiado para siempre. O quizá nunca fue lo que ella creyó que era.

Alba despertó jadeando, con la garganta cerrada y el corazón latiendo con furia contenida. No más.

—No más —murmuró, poniéndose de pie—. No voy a permitir que me siga destrozando la vida.

Caminó por la habitación, tomó su bolso, su celular, y se miró una vez más al espejo. Tenía que ser fuerte. Por ella. Por sus hijos. Massimo podía intentar manipularla, amenazarla, incluso vigilarla… pero no iba a doblegarla. No esta vez.

Así que, luego de dejar a sus pequeños en la entrada de su nuevo colegio, volvió al set.

Con paso firme, con la promesa grabada en el alma,voy a seguir adelante, aunque me duela, aunque todavía te ame, aunque desee que todo hubiera sido distinto.

Mientras tanto, en otro rincón del mismo hotel, Massimo caminaba por el pasillo principal con el ceño fruncido y el móvil pegado a la oreja.

—Sí, quiero una reunión con el director de la producción esta misma semana. No, no es negociable.

Colgó antes de recibir respuesta, entrando en la sala de conferencias donde lo esperaba el director de la serie romántica que estaba grabando su esposa. Una historia de redención, amor y segundas oportunidades… irónicamente, todo lo que él había destrozado en la vida de Alba.

—Massimo —saludó el director, extendiendo la mano—. Es un honor tenerte aquí de vuelta. ¿Podemos saber a qué se debe su interés en esta producción?

Massimo le estrechó la mano con una sonrisa controlada, de esas que no llegaban a los ojos. Había tenido toda la noche para pensar en qué haría con su mujer ahora que quería dejarlo.

—He estado leyendo un poco del guion y creo que, después de todo, tiene potencial internacional. Sabes que tengo conexiones con inversores que podrían estar interesados en ampliar la distribución.

—¿Está pensando en asociarse como productor? ¿Está proponiendo eso? —preguntó el director, visiblemente entusiasmado.

Massimo asintió.

—Co-productor, para ser exactos. Tengo experiencia manejando contenido emocional, relaciones complejas… y creo que puedo aportar al enfoque dramático. Además, trabajar con mi mujer en una producción sería una buena publicidad, ¿no crees?

—Es una propuesta interesante. Nos encantaría contar con su experiencia. Aunque… su actitud de ayer no fue precisamente… quiero decir, ¿eso no podría ser un conflicto?

Massimo fingió una sonrisa casi paternal.

—¿Conflicto? No, en absoluto. Solo quiero estar cerca para apoyarla —suspiró—. Digamos que me interesa su desempeño profesional, después de todos estos años sin estar ante los reflectores.

Su mirada se endureció.

—Quiero asegurarme de que nada... ni nadie, se interponga en su nueva etapa. Estamos arreglando nuestros asuntos.

El director asintió, incómodo, sin atreverse a decir lo que pensaba. Massimo Conti tenía dinero, influencia y una presencia que intimidaba. Y si eso significaba tenerlo involucrado, incluso por motivos poco claros, era mejor no hacerse preguntas.

Cuando la reunión terminó, Massimo salió del edificio con una certeza tallada en piedra: no dejaría a Alba escapar. No sin pelear. Ella era su esposa. Suya. Y si tenía que arrinconarla hasta que no le quedara más salida que volver a la casa donde la había encerrado una vez… entonces así sería.

—Volverás, Alba. No voy a dejar que seas feliz. No lo mereces cuando destrozaste la mía con mentiras —susurró para sí mismo mientras encendía un cigarro—. Vas a recordar lo que eras… y luego volverás a donde perteneces. Conmigo.

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