XXXXIV B

Estaba muy enfadado con las decisiones de su padre en el testamento. Aquellos no eran deseos, eran reglas que quería imponerle porque sabía que jamás habría elegido el camino de una vida de casado. Ni en sueños imaginó esas absurdas reglas que debía acatar si no quería perder el poder que tenía con la empresa.

Escalar el Everest, bucear el océano o recorrer a pie el Sahara eran opciones a las que accedería sin pensarlo y las efectuaría todas a la vez.

Resopló otra vez.

Estaba en total negación.

No era capaz de concebir.

¡Era una total pesadilla!

¿Por qué su padre quería que tuviera un hijo? ¿Por qué le era tan importante? ¿De dónde sacaría una mujer que deseara ser su esposa? ¿Acaso no pensó que las mujeres no deseaban tener hijos en la época actual?

Fiorella no era más que una vieja amiga y una antigua amante que anduvo con todos los que había conocido y que él mismo conocía. Además, aunque no tuviera madera de padre, ella tampoco la tenía ni mucho menos le importaría la vida de otro
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