La furia se podía sentir.
—¡Harás lo que te diga o la vida de tu hijo correrá peligro por tu culpa! ¡Sabes que esto es importante, no me hagas enfadar más! —gritó colérico el hombre que esperaba en la puerta de la habitación.
—No me amenaces, Vittore. Ya te dije que lo...
—¡Haré lo que quiera contigo, maldita sea! —la interrumpió él, dando un paso hacia adelante—. Depende de ti seguir conservando ese bonito rostro... o lo destrozaré para que aprendas la lección.
—¡Dije que lo haré! ¡Lo haré!
—Entonces maquíllate y tápate esas marcas o tendrás unas nuevas muy pronto —ordenó sin ninguna pizca de bondad—.
—¡Vete al carajo! —explotó Delia—. Estas marcas tú las hiciste. ¡Exhíbelas con el orgullo del que te pavoneas, perro italiano! —escupió la mujer con tanto enojo que creyó que podría enfermar—.
Vittore entrecerró los ojos. Esa mujer podría haber cavado su propia tumba en ese instante si no fuera porque la necesitaba para la fachada.
—¡No me hables en ese tono! —rugió—. No estás en posi