Marcus caminó nervioso por las penumbras de las calles, decidido a tomar un poco de aire y alejarse de las multitudes que se agolpaban dentro y fuera del hotel donde se celebraba la gala benéfica.
Se detuvo en una esquina para encender un cigarro. Se pasó la mano por el pelo, pensando qué excusa exponer o cómo enfrentarse a su acreedor de manera más diplomática, sin recibir un pedazo de plomo en la pierna o en el corazón.
«¡Maldición! ¡Estúpida mujerzuela! ¡Esa Allie, me las pagará! ¡Estúpida y maldita esa zorrita de Kelly Mc Bride! ¡Malditas mujeres arruinándolo todo!» —pensó Marcus, intranquilo.
Tiró el cigarro consumido para tomar otro. Giró sobre sí mismo, buscando mentalmente una solución momentánea al aprieto en el que se hallaba.
Revisó su teléfono.
Posiblemente Richard, su acreedor y primo de Allie, ya se habría enterado de la ausencia y el reemplazo de esta, y por consiguiente, del fallo del plan de unir a la joven cantante con Valentino, dueño de un imperio multimillonario