Esa misma mañana, a kilómetros de allí, Arquímedes se encontraba asomado en la ventana de la pequeña vivienda que encontró para resguardarse junto a Miguel. Sacó la cajetilla de su bolsillo, tomó un cigarrillo y lo encendió. Dio el primer jalón y el humo se esparció en el aire. A ratos volvía el rostro para ver que su hijo estuviera cómodo en el sofá cama que había improvisado.
Aquella situación era incómoda para ambos, pero era necesaria. Con los Fontanelli cerca, siempre era necesaria. Para él, siempre sería una prioridad cuidar de su hijo y lo haría sin importar cómo.
—Lo siento Miguel —murmuró en voz baja, casi inaudible.
Aunque quisiera, Arquímedes no podía hacer más de lo que ya hacía. Sólo le quedaba huir y esconderse de la familia que a pesar de que habían transcurrido treinta años, se empeñaban en perseguirlo y destruirlo.
Los recuerdos de aquel pasado, no paraban de aparecer en su cabeza, a pesar de que intentaba enfocarse en otros asuntos. Debía encontrar un trabajo ext