Una vez dentro del apartamento, Macarena se dirigió a su dormitorio, mientras Jeremías se acomodaba en el sofá de dos puestos. Aunque intentara quitarle foco a sus pensamientos, la imagen de su rostro, sus labios entreabiertos, su aliento tibio y esa mirada que parecía decirlo todo, sin decir nada, aparecía en su mente, una y otra vez.
—Eso no puede ser —murmuró en voz baja, sacudiendo la cabeza de un lado a otro, en señal de negación.— No puedo hacerle esto a Carol.
Macarena, tomó el bolso de viaje, lo colocó sobre la cama y comenzó a meter dentro lo básico: ropa íntima, el camisón de algodón que usaba para dormir y una par de pantalones de mezclilla, camisetas y un suéter.
En pocos minutos, ya había terminado de empacar la ropa que llevaría en su bolso de viaje. Sin embargo, no salió de inmediato de la habitación. Por el contrario se sentó en la cama sintiendo algo de melancolía. Aquel lugar era su refugio, el apartamento que llevaba más de seis años alquilando desde que llegó a