– Charles Schmidt
Desde el auto, vi cómo Julian le abría la puerta a Rebeca. Ella sonrió, le agradeció y caminó hacia su casa sin mirar atrás. Él se quedó unos segundos contemplándola desde el auto antes de marcharse.
Respiré hondo.
No hubo beso. No hubo caricias. Solo una despedida.
Pero eso no calmó el incendio dentro de mí.
—Espérame aquí —le dije al chofer, saliendo del auto sin esperar respuesta.
La noche era húmeda y silenciosa. El barrio dormía, ajeno al caos que llevaba en el pecho. Crucé el jardín con pasos firmes. Ese lugar… aún olía a ella. A casa.
Me acerqué a la vieja ventana del costado, esa que nunca arreglaron, esa que solo Rebeca y yo sabíamos que estaba rota. Con cuidado, la empujé y se abrió con un leve crujido. Entré, como tantas veces en la universidad cuando quería hablar con ella a escondidas. Pero esta vez no era un juego. Esta vez estaba desesperado.
Me escondí detrás de la puerta, mi corazón retumbaba con fuerza. Y entonces, escuché sus pasos. La puerta se ab