- Charles Schmidt
Termino de firmar los últimos papeles del día, pero mi mente está lejos, demasiado lejos de estas paredes de vidrio, de las cifras proyectadas en la pantalla, del eco constante de pasos que cruzan de un lado a otro por la oficina central. Estoy atrapado en un recuerdo, en la imagen de un niño con los zapatos rotos, sentado en un columpio del parque. Esa mirada… esos ojos. No puedo sacármelos de la cabeza. Algo en mi pecho me arde, me incomoda, me remueve todo. Esa sensación no es nueva, pero nunca había sido tan intensa.
Apreté los labios y me levanté, empujando la silla hacia atrás. Caminé hacia la ventana. Desde el piso cuarenta, la ciudad parece una maqueta perfecta. Tan ordenada. Tan distante. Tan falsa.
—Rebeca...—susurré. —Te voy a recuperar. A ti y a mis hijos, aunque tenga que ir a la corte y pelear por ellos. Aunque tenga que arrastrarme, aunque te niegues... volverás a mí.
El timbre de mi celular interrumpió mis pensamientos. Lo miré. Era José, mi viejo am