– Rebeca Miller
Me quedé inmóvil unos segundos, aún con el teléfono en la mano. La voz del tal “señor Damián” seguía resonando en mi cabeza. Al menos ahora tenía un nombre… o eso decía llamarse. Miré la pantalla, el número oculto seguía ahí, como una provocación silenciosa.
¿Podría llamarlo? ¿Deberías hacerlo?
No... no quería que pensara que estoy desesperada. Aunque, en el fondo, lo estaba. Si ese hombre no invertía en la empresa, no sabía cómo seguir adelante. El banco ya estaba amenazando con embargar la casa… y lo que quedaba de la empresa de papá. Mi madre no sabía nada de eso. Ella confiaba en mí, me había dejado todo en mis manos. ¿Y cómo le iba a decir que estaba a punto de perderlo todo?
Me apreté las siete con las manos. No podía fallarle. No podía fallarles a mis hijos.
La única opción lógica era pedirle ayuda a Charles… pero eso sería como rendirme. Como extenderle una cuerda para que volviera a atarse. Él sentiría que aún tenía poder sobre mí, que dependía de él. Y no, y