Al día siguiente ya estaba en la oficina. Me levanté muy temprano, como si el insomnio me hubiera obligado a enfrentar mis decisiones sin evasión. Aún con el cielo nublado, sentía que cada minuto de espera me carcomía por dentro. Necesitaba saber quién era el hombre que había comprado el 75% de la empresa. ¿Era alguien confiable? ¿Podría ayudarme a sacar adelante lo que quedaba de este legado?
Estaba revisando algunos informes, con el café frío en la mano, cuando tocaron la puerta.
—Adelante —dije sin levantar la vista.
El señor Gómez, siempre puntual y correcto, entró con su carpeta de cuero.
—Buenos días, señora Miller.
—Buenos días. ¿Qué noticias me tiene?
—Hablé con mi jefe. Dijo que vendría hoy mismo a hablar con usted. Quiere conocerla en persona.
—Gracias... —En verdad, gracias —respondí, sintiendo una leve presión en el pecho. Necesitaba que esto funcionara. —Bueno, toca esperar.
—Con su permiso, señora.
—Adelante —dije con un gesto leve.
Apenas se cerró la puerta, recé en sil