Extendí los brazos.
Sentí el aire acariciar mi piel, como una caricia que no pedí pero que necesitaba. Moví las caderas con suavidad, dejándome llevar por la música, por el suspiro de las cuerdas que parecía entenderme mejor que nadie. Mis curvas hablaban. Mis gestos gritaban todo aquello que mis labios nunca se atrevieron a decir.
Y no lo supero.
No sentí su presencia.
Pero él estaba allí.
Charles Schmidt.
De pie, en el umbral, como un ladrón de recuerdos, con la mirada clavada en mí, como si nunca me hubiera visto… y sin embargo, no pudiera dejar de hacerlo ahora.
Terminé el movimiento con una vuelta.
Me quedé de espaldas…
Algo me hizo girar el rostro.
Y ahí estaba.
Sigue parado. Mirándome. En silencio.
Caminé con calma. No quería que notara que el corazón me latía a mil por hora. Apagué la música con una presión lenta sobre el control. El silencio se hizo más pesado que cualquier nota.
— ¿Qué haces aquí? —pregunté sin mirarlo del todo.
Charles se acercó a unos pasos, con esa manera