— Rebeca Miller
El silencio de la habitación era tan profundo que podía escuchar el suave ritmo de la respiración de Charles mientras dormía. La luz tenue de la lámpara bañaba su rostro y, por un instante, lo observé con calma, sintiendo cómo la paz volvía lentamente a mi pecho después de días de angustia.
Pero aquel instante de quietud se rompió cuando alguien golpeó suavemente la puerta. Me incorporé sin hacer ruido, cuidando de no despertarlo, y caminé hasta la entrada con pasos silenciosos.
Al abrir, me encontré con uno de los hombres de Charles. Su rostro mostraba una mezcla de urgencia y alivio.
—¿Qué sucede? —pregunté en voz baja, saliendo de la habitación.
El hombre me miró fijamente antes de decir, con un tono contenido:
—Señora, el niño está aquí.
Sentí cómo el aire se me escapaba del pecho. Mis labios se curvaron en una sonrisa involuntaria, mientras mi corazón comenzaba a latir con fuerza.
—¿Dónde está? —pregunté sin poder ocultar la emoción en mi voz.
—Lo están viendo los