— Viktor
El teléfono vibró en la mesa como una alarma. Contesté sin levantar la vista de los papeles y escuché la voz al otro lado: “Señor, ya tenemos la ubicación del niño. Está bien cuidado; hay una niñera”. El alivio duró un segundo. La siguiente frase cortó la calma: “Hay veinte hombres armados. El tuerto trajo a los mejores”.
La sangre me subió a la cara. Cerré la carpeta, me puse la chaqueta sin ceremonias y dije con voz dura: “Espérenme. Voy personalmente”. Colgué, tomé la llave del coche y salí del club sin mirar atrás. Mientras caminaba, pensé en la imagen de Rebeca junto a Charles; la punzada en el pecho no me dio lástima, me dio determinación. Llegó un único pensamiento en voz baja que repetí sin teatralidad: lo hago por ti, Rebeca Miller. Luego apreté los puños y aceleré.
En el punto de encuentro mis hombres ya estaban formados. Algunos vienen de largo tiempo conmigo; otros, contratados para la velocidad de esta operación, tenían la mirada fría del que no pregunta. Me incl