— Rebeca Miller
De repente me levanté.
Me solté de su agarre con un movimiento brusco y caminé hacia la ventana. Necesitaba aire. Necesitaba distancia.
Apoyé mis manos sobre el marco y observé el reflejo tembloroso de mi rostro en el cristal.
—Habla de una vez, Charles —dije con frialdad, sin girarme—. Pero quiero que sepas algo: nada de lo que digas va a hacerme cambiar de opinión. Tú y yo nunca volveremos a estar juntos.
Mi voz salió tan firme, tan helada, que por un instante ni yo misma pude creer que fuera mía.
Silencio.
Solo el leve murmullo del viento y el tic-tac del reloj colgado en la pared.
Lo miré de reojo. Charles seguía con la mirada fija en el suelo. Sus hombros tensos, su respiración entrecortada.
Luego se levantó, despacio, y caminó hacia mí.
Cuando estuvo lo bastante cerca, noté el brillo húmedo en sus ojos.
—Ven… —susurró—. Mira las estrellas. Están hermosas, ¿cierto?
Alcé la vista por instinto. El cielo nocturno se extendía sobre nosotros, lleno de puntos titilantes