Había tomado una decisión de la que no me arrepentía ni un solo segundo, acercarme a ella, decirle lo mucho que la extrañaba y pedirle que no me alejara de su lado. Habíamos tenido un encuentro especial, diferente, único. Y aunque faltaban algunas horas para verla de nuevo, me ardía el corazón al sentir que el tiempo pasaba demasiado lento.
Llegó la hora, compré una rosa blanca y llegué al local, toqué suavemente el vidrio mientras la observaba al fondo acomodar algunas cosas. Esperé afuera un momento y vi que lentamente se acercaba a la puerta. No podía borrar la enorme sonrisa que se dibujaba en mi rostro. En ese momento no me importaba nada más, solo estar junto a ella.
―Muy puntual―dijo sonriéndome de vuelta y tomando la rosa entre sus manos. Le sonreí igual y sin pensarlo me acerqué a sus labios y la besé suavemente.
Se apartó y emocionada me enseñó algunos muebles que había comprado. Ella hablaba sin parar, se veía radiante, feliz; sin duda la pastelería hacía que sus ojos bri