Desde hace casi dos años mi vida no era la misma. Solía sonreír, amar, vivir, pero ahora, sin Elisa, nada era lo mismo. Estuvimos casados por casi una década, y de la noche a la mañana, ella cambió la vida que teníamos para irse con otro hombre.
Siempre la apoyé, estuve para ella, era romántico, caballero, estaba realmente enamorado de ella, pero esa noche que la vi acercarse a los brazos de ese hombre; mi sangre hirvió, la ira tomó el control y el divorcio se hizo presente. Ella no quería estar conmigo; y aunque intenté recuperarla muchas veces, solo logré lastimarme y quedar aún más vacío con su inminente desprecio. No había forma de salvar lo que teníamos.
Me llamo Fabián Mistic y soy escritor de romance, pero ahora lo único que puedo escribir es odio, traición, dolor y tristeza. Conocer a Elisa, había significado una luz que tanto buscaba y que no solo me ayudó a vivir y creer en que el amor existía, sino que ella inspiró tres de mis grandes libros de romance
El vacío que siento es algo que simplemente no he podido llenar. Si cierro los ojos e imagino lo felices que éramos, puedo recordar lo fácil que mis manos se deslizaban por las teclas de mi ordenador, pero ahora veo una tela gris que cada vez se hace más oscura. No solo se fue ella de mi corazón, también mi inspiración.
―Al fin apareces―dijo mi editora, Angie, al verme entrar por la gran puerta giratoria de la editorial que ha publicado mis tres libros.
―Después de tus miles de llamadas no tenía otra opción ¿o sí?
―¿Cuándo volverás a ser tú? ―dijo observándome directamente a los ojos a través de sus lentes de pasta roja, sosteniendo entres sus brazos algunos libros.
―Eso no debería interferir en el trabajo― Aparté mi mirada de ella y seguí caminando para llegar al elevador.
―Han pasado casi dos años…
Ella, a pesar de ser mi editora, se había convertido en una buena amiga; sin miedo a decir lo que piensa, sin ningún tipo de filtro.
―¿Acaso he venido a que me señales? No me interesa el tiempo que haya pasado. El antiguo Fabián Mistic no existe; y por favor, deja de recordármelo.
―Pero… deberías de alguna manera traerlo de vuelta. Necesitas escribir el próximo libro en los siguientes cuatro meses. Se te está venciendo el plazo, y Matt está muy enojado.
Matt es el presidente de la editorial, un hombre de cincuenta años que confió en mi talento y; gracias a él, a Angie, y a la editorial en general, soy uno de los escritores más famosos de toda España.
Sé que tengo un contrato que cumplir, he intentado sentarme de nuevo a escribir, a revivir recuerdos que me ayuden a iniciar el cuarto libro, pero no puedo. Termino golpeando la mesa, botando el café sobre ella; y frustrado por no ser capaz de escribir una sola frase.
―Lo sé. Lo he intentado―dije, acomodando mi saco, al mismo tiempo que el elevador se abría.
―No vale solo con intentar…Matt necesita una respuesta ahora mismo.
Caminamos juntos en silencio, y en el fondo se veía la puerta de la oficina de Matt. Me sentía confiado para lograr extender un poco el plazo del libro, pero a la vez sentía que no valía la pena; porque sabía que no iba a ser capaz de escribir y menos algo de romance.
―¡Fabián! ―dijo Matt al verme entrar junto a Angie. Se puso de pie, colgó una llamada y me extendió la mano con afecto.
―Mi amigo, Matt―pronuncié despacio y me senté obedeciendo a su mano que señalaba una silla. Angie se sentó a mi lado.
―Creo que sabes muy bien la razón de esta reunión tan apresurada.
―Sí, lo se… y también sé que no tengo que decirte ninguna excusa. Tendré el libro.
―Te di la opción de escribir de tu relación con Elisa, de tu divorcio… ¿Lo pensaste?
―Eso jamás será una opción, Matt.
Escribir de Elisa, de lo que fuimos, y del dolor que me ha causado, sería una manera de seguir matándome por dentro. Lo único que quería era olvidarla, pero al mismo tiempo era muy difícil.
―¿Por qué no?
―Mi respuesta es no.
―Entiendo por todo lo que has pasado, pero eres escritor de romance, tus millones de lectoras están esperando el libro de romance y…
―Lo sé―Interrumpí―, pero estoy harto del romance―dije, alzando la voz y me puse de pie.
―No puedes dejar que lo que sucedió te condicione―agregó, Angie.
―No quiero hablar de eso. Tendrán su libro y no volveré a escribir.
―¿Qué has dicho? ―dijo Matt levantándose abruptamente de su silla―. Tenemos un contrato. Debes escribir quieras o no.
―¿Terminamos? ―dije con deseos de golpear el escritorio tan fuerte hasta que mis manos sangraran.
―No, siéntate―Me ordenó y se sentó―. En vista de que no tenemos nada que ofrecerle ahora a la prensa ni a tus lectoras; ni siquiera el título de tu próximo libro, la mejor manera de lograr un poco de tiempo es que hagamos un concurso.
―¿Qué tipo de concurso?
―Una cena contigo―añadió Angie con una enorme sonrisa―. Serán las lectoras más felices del mundo: “Una cena con el escritor de Romance: Fabián Mistic” ―Alzó sus manos formando un rectángulo, como si leyera las palabras que acababa de decir.
―¿Qué? ¡No! ―Levanté mis manos al frente en rechazo a lo que pretendían hacer.
―Es un adelanto del libro mañana… o la cena…―sentenció, Matt.
―Yo…
―No puedes negarte―dijo Angie―. Es parte de la promoción que se estipula en el contrato y ahora más que nunca la necesitas. Es mucho más fácil asistir a una cena, sonreír, ser cortes, firmar autógrafos, darle algún regalo a la ganadora afortunada, y ya.
―Lo dices tan fácil...
―Es fácil…
―Angie tiene razón―exclamó Matt―, pero es cierto, debes portarte bien… dejar a un lado esa frialdad y seriedad que ahora te acompañan. La ganadora debe sentirse especial.
―Creo que están exigiendo demasiado ―Los observé a ambos.
―Lo lamento Fabián, pero debes hacerlo. Ahora mismo haré los arreglos de todo―dijo Angie seria, se puso de píe y se retiró.
Me quedé sentado un par de segundo, me levanté, me despedí de Matt un poco distante y me retiré. En el elevador, los recuerdos de Elisa amenazaron con robarme la paz que lograba sentir en pocos momentos del día. Era muy difícil dejar ir ese olor a vainilla de su piel, o esa suavidad de sus labios que recordaba cada noche sin querer. Me odiaba a mi mismo por seguir atado a ella, por seguir queriéndola a pesar de que hace mucho tiempo ya no era mía, era de otro hombre. Pero, así como la amaba de momentos, la odiaba mucho más por su engaño.
Salí del elevador molesto y Angie me detuvo.
―¿Estás bien?
―¡Súper! Conoceré a una de mis lectoras―dije con un sarcasmo enorme que ya no podía ocultar.
―Solo queremos ayudarte―bajó su mirada.
―No quiero la ayuda de nadie, Angie. Avísame lo del concurso pronto. Ya quiero que esa tortura que aún no empieza, acabe.
Angie asintió y volví directo a casa, a la oscuridad y a la depresión de la que últimamente no quería salir.