Amanda: La carta

Salí corriendo de la vista de Alison, tomé el taxi que aún estaba afuera esperándonos; y le pedí sacarme de ahí de inmediato. Mientras el auto avanzaba, miré atrás, y estaba mi mejor amiga observando cómo el auto se alejaba de ella, y del “Luxury Place”. 

«¿Dama de compañía?»

«¿Acaso era una broma de mal gusto?»

Me sentía tan avergonzada y ofendida que no podía siquiera procesar lo que acababa de pasar en ese lugar donde simplemente no quería volver a estar. Sí, es cierto, necesito el dinero, pero ser dama de compañía significaba caer muy bajo.

Alison intentó llamarme muchas veces, pero no le atendí. No era momento de hablar de lo que había pasado. No la iba a juzgar, pero no quería hablar.

Llegué a casa y mi madre estaba muy enojada en la cocina.

―Al fin te dignas a aparecer, tu padre está como el mismo demonio. ¡No fuiste a trabajar! ¿En qué estabas pensando, Amanda?

―Ya tengo suficiente con él, para que tú también me reproches lo que hago―Le dije conteniendo mi tristeza.

―No se trata de eso hija, es que no quiero que te lastime.

―Ya me ha lastimado mucho, ¿no crees? ¿Qué cambiaría si lo volviera a hacer?

―No digas eso, cariño…

―Tranquila, mamá, sé que no puedes hacer nada para evitarlo.

Mi madre lloró.

―¡Pero mira quién regresó!―dijo mi padre observándome con odio, sosteniendo entre sus manos un sobre rectangular de color blanco.

―Estaba…

―No me importa qué estabas haciendo, solo importa lo que dejaste de hacer: ocuparte de la cocina del restaurante que nos da alimento y dinero a todos. ¡A esta familia!

―¿A esto le llamas familia?―grité, y sentí que la palma de su mano grande y fuerte golpeó mi mejilla; dejando a su paso un ardor que no podía soportar, aunque era más fuerte lo que mi corazón sentía.

Caí al piso de rodillas.

―¡Agustín! ¡Basta! ―exclamó mi madre y se acercó a mí, pero la detuve de inmediato.

―No te acerque, mamá―Aparté su mano que permanecía extendida y me levanté sola. No quería que él también pagara su rabia con ella si me ayudaba.

―¿Ya estás feliz?―sonreí nerviosa, pero al mismo tiempo demostrando valentía y serenidad. No podía parecer débil, no delante de él.

―¡Debería darte en la otra mejilla!―vociferó y alzó su mano para intentar hacerlo, pero me aparté.

―No se te ocurra volver a tocarme…

―¿O qué?

No dije nada y permanecí callada mientras una lágrima descendía lentamente por mi rostro adolorido.

Él tampoco dijo nada, pero cuando quería irme a mi habitación, habló.

―Aquí está tu pago, pero… tenemos muchas facturas que pagar en la casa: la luz―Sacó varios billetes del sobre―, el agua, Internet, gas. ¡Ah! y por supuesto, la comida.

Al terminar su espectáculo, me lanzó a la cara el sobre casi vacío, prácticamente había sacado todo el dinero. Lo agarré con rabia sin importarme los billetes aún le quedaban, lo arrugué con fuerza usando solamente mi mano derecha apretando los dientes, lo lancé al piso; y me retiré de su vista.

Me apresuré en llegar a mi habitación, cerré la puerta con llave y me lancé a la cama para llorar como una pequeña niña. A los pocos minutos me calmé y como siempre hacía, tomé uno de los libros de romance que tanto me gustaba, de Fabián Mistic; un escritor que hacía que todo mal día se borrara de mi vida con solo leer alguna de sus líneas.

Sé que quizás el amor existe solamente en los cuentos de hadas, pero no pierdo la esperanza de vivir algo, aunque sea un poco parecido a las historias de Fabián. Tomé el libro, coloqué música romántica instrumental usando mis audífonos; y llorando de nuevo, seguí leyendo la bella historia de Anna y Eliot; un amor puro y valiente. Uno de mis libros favoritos.

Terminé de leer un poco y aunque no quería parar, no podía seguir ignorando los constantes mensajes de Alison.

Levanté mi móvil y la llamé:

―Perdóname… ―dijo al atender mi llamada.

―¿Dama de compañía? ¿En qué estabas pensando?

―Lo lamento, solo quería ayudarte…

―Yo no soy así.

―Lo sé… no quería ofenderte… ¿Estamos bien? ―dijo en un tono suave que apenas podía escuchar.

―Claro que estamos bien. No te preocupes… Nos vemos mañana.

Colgamos la llamada y aunque aún era extraña toda esa experiencia de entrar al Luxury Place, ya no quería pensar en eso.

Me recosté un poco más y, al ver mis redes sociales, una publicidad enorme me hizo sonreír: “Participa y gana una cena con el escritor de romance: Fabián Mistic. Vive junto a él una noche especial y única”.

Observé nerviosa la publicación, y por un impulso, apliqué. Nunca había ganado nada y menos una cena con mi escritor favorito. Sería una locura que eso sucediera, pero tener la oportunidad tan cerca de conocerlo, era agradable.

Amaneció y me levanté muy temprano para no encontrarme con mis padres. Caminé despacio a la cocina, quería comer algo. Había dormido con el estómago vacío y antes de pasar todo el día en la cocina del restaurante, debía comer.

―¿Qué estás haciendo?―dijo mi padre sorprendiéndome.

―Desayunando para salir temprano al restaurante―respondí sin mirarlo, sosteniendo una manzana roja.

―¿Acaso no viste la carta?

―¿Cuál carta?

―La que coloqué debajo de la puerta de tu habitación en la noche.

Lo miré con curiosidad y al mismo tiempo asustada; y corrí a ver de qué se trababa. Tomé la carta y al leerla sentí deseos de…

―¿Es una broma? ―dije mientras tenía la carta entre mis manos.

―Nunca he bromeado contigo…―añadió serio, extendiéndome un lapicero―. Firma.

―No, no puedo perder el trabajo.

―Ya es muy tarde… ¡firma la renuncia!

―Esto es ilegal…

―¿Desde cuándo me ha importado eso? No quiero que sigas trabajando en mí restaurante…

―¡Eres un imbécil!― dije sin remordimientos, desde lo más profundo de mi ser.

―¿Algún insulto más que quieras agregar antes de firmar?

Lo miré con rabia, firmé y lancé el lapicero con fuerza a sus pies.

―Recoge tus cosas esta misma tarde…

―¿A qué te refieres?

―No creerás que voy a mantenerte si no estás trabajando. Te vas de la casa hoy mismo… Tampoco te quiero aquí.

Volví a mi cuarto enojada y triste, busqué la maleta pequeña que tenía sobre el armario, y guardé algunas cosas rápido. Observé la habitación y la ira me controló de tal forma que no pude detenerme, y lancé todo al piso. Me mantuve de pie un minuto frente al espejo detallando mi cabello corto castaño oscuro sobre mis hombros; mis ojos grises más cristalinos de tanto llorar; y antes de darme la vuelta mi puño se estrelló en el espejo, dejando frente a mí una imagen agrietada de mi rostro y una cortada en la mano.

Salí de la habitación, y mi padre aún estaba ahí, pero esta vez tenía la puerta abierta de la casa esperándome para salir y cerrar detrás de mí.

Las manos de mi madre detuvieron antes de llegar a la puerta.

―Hija…

―¡Estaré bien!―La observé con deseos de llorar.

―¡No te vayas…!―dijo ella llorando.

―¡No te metas, Sofia!

―¡Es nuestra hija!

―¡Es una hija inútil! ―Le gritó a mi madre, y su mirada ubicó mis ojos―. ¡Lárgate!

Y sin decir una sola palabra me retiré.

Salí de la casa y el frío de la mañana hacía salir humo de mi boca, y mis manos estaban adoloridas. Acaricié la herida y noté una pequeña astilla del espejo. Debía curarme. Caminé un poco aun en medio del frío y llegué al apartamento de Alison. Era el único lugar al cual podía ir.

Me detuve frente a su puerta, pero no tuve el valor de tocar, de molestarla. Era muy temprano. En ese momento solo quería llorar y me senté en el piso recostada contra la pared de su apartamento y me quedé dormida.

―¡Amanda!… ¿Qué haces aquí? ―dijo, Alison sorprendida al observarme junto a su puerta, un par de horas después.

―¡Alison!―La observé aliviada y feliz, me puse de pie y la abracé como nunca antes. No tenía a nadie más.

Solo a ella.

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