Evans
La casa se siente más grande desde que mi familia se marchó. El silencio deja espacio para mis propios pensamientos, y eso a veces es más ruidoso que cualquier reunión familiar. Me instalé en el despacho del segundo piso, desde donde puedo coordinar mis asuntos en Londres: la cadena de hoteles, el restaurante que abrimos hace dos años y la empresa de inversiones que lleva mi nombre. Todo sigue funcionando, claro; tengo un equipo capaz, pero aun así, cada día recibo llamadas, correos urgentes, decisiones que deben tomarse con precisión. Siempre ha sido así, siempre he tenido el control.
Excepto ahora.
Mientras leo reportes en la pantalla, escucho un murmullo que viene desde la cocina. No es un ruido común, sino una voz suave, modulada, que sabe mantener la atención. Me levanto sin pensarlo y bajo las escaleras, con el auricular del teléfono aún en la mano por si vuelven a llamar. Me detengo antes de llegar al pasillo y la escucho claramente.
Isabella está frente a la cámara d