ROBERTO
—Un indulto.
—¿Crees que vamos a permitir que te vayas al bando contrario y nos hagas la vida más difícil? —dije, enarcando una ceja con evidente desdén.
—Estoy segura de que esta información es muy valiosa para el alfa… —respondió ella, enroscando un mechón de su pelo entre los dedos con aire confiado.
—Digamos que te concedemos el indulto… pero sólo cuando la amenaza que nos acecha se disipe. Entonces, tendrás que marcharte. Exiliada. Sin vuelta atrás… ¿lo aceptarías?
—Sí, ¿no lo ves? Estoy haciendo una apuesta. Si esa amenaza llega… moriremos todos. Yo incluida. Pero si lograis vencerla… entonces yo obtendré mi libertad.
Roberto entrecerró los ojos, en silencio por un par de segundos antes de hablar con voz grave:
—Eso lo tiene que decidir el alfa. Pronto recibirás una respuesta…
***
Mientras me dirigía a mi dormitorio, los ecos de la conversación con Gema no dejaban de resonar en mi cabeza. Aunque esa mujer jugaba con cada palabra, burlona y calculadora, la información