Elisa salió corriendo en cuanto notó que mis padres habían regresado.
Terminó apresuradamente su llamada telefónica y corrió hacia ellos, con la voz suave y dulce, rebosante de falsa preocupación.
—Mamá, papá, ¿qué pasa? Seguro están molestos con Jimena otra vez, ¿verdad?
Pero antes de que pudiera terminar la frase, mi padre la tomó por el cuello, con la voz temblando de furia.
—¡Sigues mintiéndonos! ¡Tú mataste a Jimena y aún tienes el descaro de fingir que no pasó nada!
Mi madre la golpeó en la espalda con los puños cerrados, llorando de dolor y rabia.
—¿Cómo pudiste tratarla así? ¡Te dimos todo! ¡Todo nuestro amor, toda nuestra confianza… durante años!
Elisa jadeó, luchando por respirar bajo la presión del agarre de mi padre. Cuando finalmente la soltó, cayó al suelo tosiendo y sollozando con fingida inocencia.
—¡D-debe haber sido Jimena otra vez! ¡Siempre me culpaba de todo, ustedes lo saben! ¡Siempre hacía cosas para que se volvieran en mi contra!
—¡Aún te niegas a admitir la verd