Los largos dedos de Leonel se detuvieron de golpe. Alzó su mirada, y una chispa fugaz cruzó por su rostro apuesto y peligrosamente encantador.
Esta mujer... su osadía crecía día tras día. ¿Cómo se atrevía a entrar sin permiso y sentarse frente a él a cenar?
Silvina tomó un bocado, alzó la vista y se topó de lleno con los ojos de Leonel.
De inmediato, cambió de cubiertos con actitud complaciente y, con una cuchara limpia, le acercó un poco de sopa a la boca.
¿Ella... quería darle de comer?
Una chispa de diversión se encendió en los ojos de Leonel. Entonces, ¿por fin había cedido? ¿Iba a suplicarle que le enseñara italiano?
Silvina lo miró con ojos brillantes, expectante, con la cuchara firmemente detenida junto a sus labios.
Leonel parpadeó ligeramente, bajó la mirada... y se bebió la sopa de un solo trago.
Al verlo aceptar la sopa, Silvina se animó de inmediato. Le ofreció una cosa, luego otra, y continuó alimentándolo con entusiasmo.
Mientras lo hacía, calculaba cuándo podría volver