Cuando Silvina regresó al salón, vio a Leonel acercándose con su habitual aura imponente.
Leonel había estado buscándola por todo el lugar sin éxito. Ya sin opciones, se había visto obligado a llamarla por teléfono.
Verla desaparecer de su vista como un topo y luego aparecer de repente le hacía sentir que el corazón se le subía y bajaba sin control.
—¿Dónde te habías metido? —preguntó Leonel con el rabillo del ojo entrecerrado, haciendo que Silvina sintiera de inmediato un aumento de presión en el ambiente.
—Comí demasiado y me sentía hinchada. Salí a caminar un poco para hacer la digestión —respondió ella con honestidad.
Al oírla, la mirada de Leonel se posó de inmediato en su vientre.
Esta pequeña ratoncita... ¡de verdad que comía!
Tan menuda como era, y aún así... ¡qué capacidad!
—Está bien, ya terminamos con las formalidades. Podemos volver a casa —dijo Leonel con frialdad antes de darse la vuelta para marcharse.
¿Ah, ya se podían ir?
¡Qué alivio! A ella no le gustaba para nada el