Al regresar a la mesa, Silvina ya había recuperado su compostura.
—Perdón, me demoré un poco —se disculpó con una sonrisa tranquila.
—No se preocupe —respondieron los presentes, aliviados.
Después de todo, Silvina no había ido sola al baño: primero Ruperto y luego Leonel la habían seguido.
¿Quién se atrevería ahora a llamarla una esposa abandonada?
¿Quién había visto alguna vez a una "mujer olvidada" que fuera codiciada por los dos magnates más poderosos del país al mismo tiempo?
—Bueno… acerca de la expansión de mi tía en el sector de joyería de Xenia… ah… —Silvina apenas empezó a hablar cuando su gesto cambió levemente, llevando la mano derecha a su vientre con rapidez.
Pequeño travieso. Justo en este momento tan crucial tenía que darle una patadita.
¿Acaso no sabía que su madre estaba negociando?
Ese gesto asustó de inmediato a Ruperto.
—¡Silvina…! —se levantó preocupado, sin importarle las miradas de los demás—. ¿Estás bien? ¿Quieres que te lleve al médico?
Silvina agitó la mano,