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Capítulo 212 La trampa sangrienta

Los ojos de Leonel permanecían bajos, oscuros, imposibles de descifrar.

Nadie a su alrededor lograba adivinar lo que pensaba ni lo que escondía en el fondo de su corazón.

Los hombres sentados junto a él lo halagaban con cautela, temerosos de ofender al gran magnate.

Leonel, sin embargo, no decía una sola palabra; solo giraba la copa en su mano, observando el vaivén del vino con una calma inquietante.

Ruperto, sentado en diagonal frente a él, también guardaba silencio. Escuchaba, impasible, las adulaciones de los demás.

Así, la mesa terminó dividiéndose en dos bandos invisibles: uno orbitando en torno a Leonel, otro alrededor de Ruperto.

Y era lógico, porque en esa cena, aquellos dos hombres eran intocables.

Mientras tanto, en el baño, la verdadera batalla comenzaba.

Liliana, apenas entró, no perdió tiempo en desplegar su arma favorita: las lágrimas.

—Silvina, lo siento mucho… Lo de aquel día no fue intencional, jamás quise herirte —dijo con voz temblorosa, como si en cualquier momento
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