Quizás por lo agotador del día anterior y por todo lo que había pasado, cuando Silvina despertó ya era media mañana.
Apenas se incorporó, una criada entró para atenderla.
Silvina se sorprendió y preguntó:
—¿Cómo es que ustedes están aquí?
No era otra que una de las sirvientas de la casa familiar.
Ella sonrió y explicó:
—Señora Leonel, todas hemos venido. El señor ordenó que nos trasladáramos, porque quiere quedarse aquí una temporada y temía que usted no se sintiera cómoda con extraños. El mayordomo y dos personas se quedaron cuidando la casa, pero Janet y el resto llegamos con usted. ¿Quiere que la ayude a asearse?
Silvina dudó un instante, luego asintió:
—Está bien.
—Señora Leonel —prosiguió la criada con dedicación—, el señor pidió que, después del desayuno, vaya a ver nuestra nueva casa. Si nota que falta algo, no dude en pedirlo. Janet ya está allí con el equipo arreglando las habitaciones, así que hoy mismo podremos mudarnos.
¿Leonel ya había comprado una casa? ¡Qué rapidez!
Aun