Señor Moreno estaba a punto de llorar.
—¡No, no, no! ¡Cristal no es mi mujer! ¡Si quieren golpearla o matarla, háganlo, da igual! ¡Yo también fui engañado!
Su cuerpo obeso se desplomó como un saco de barro sobre el suelo, empapado en sudor de pies a cabeza.
Cristal, en cambio, seguía sentada en el suelo, atónita, sin poder reaccionar.
¿Espera… qué acababa de decir?
¿Grupo Familiar Muñoz… la esposa del presidente?
¿Aquel hombre de belleza demoníaca era nada menos que el legendario Leonel Muñoz, el magnate cuya fortuna rivalizaba con la de un país?
¿Y aquella mujer embarazada… era su esposa?
—¡No… no puede ser…! —la mente de Cristal se tambaleaba, su rostro se volvió ceniciento como si la muerte misma la hubiese señalado.
Había ofendido a las personas equivocadas.
Si era cierto… entonces ella estaba condenada.
Ya ni siquiera le importaba que su perro hubiese muerto estrangulado hacía unos minutos.
Porque lo siguiente… sería su propia vida.
Las palabras de Señor Moreno ya ni le entraban