Silvina despertó de un largo sueño y ya eran más de las cuatro de la tarde.
Mmm, había dormido como una piedra.
De pronto recordó aquel enorme "saco de dormir" que había abrazado…
Al levantar la cabeza, se encontró con el rostro atractivo y arrogante de Leonel.
Dormido, él parecía distinto: menos dominante, menos altivo.
Sus facciones eran tan perfectas que no se veía ni un solo poro en su piel. Las cejas, definidas y limpias; la nariz, recta y elegante; los labios, finos y curvados en la medida exacta.
Un poco más gruesos y parecerían torpes, un poco más delgados y resultarían fríos.
Era justo la perfección.
Silvina agitó la mano delante de sus ojos. ¿Eh? ¿Todavía dormía?
Su mirada se posó en sus orejas.
Qué orejas tan bonitas…
El lóbulo era carnoso y ligeramente caído. En los libros de fisionomía decía que era símbolo de riqueza y nobleza.
No resistió la tentación y pellizcó suavemente aquel lóbulo.
¡Vaya! Se sentía increíblemente bien al tacto.
Tan hermoso que hasta daba envidia.
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