Tania parecía haber adivinado lo que pasaba por la mente de Silvina. Le tomó la mano y dijo:
—¡No tengas miedo! Aunque esa mujer tuviera algo con Leonel, tú eres la verdadera Señora Leonel.
Silvina esbozó una amarga sonrisa y, de repente, ya no quiso seguir mirando la escena de los viejos amantes reencontrándose. Con voz suave murmuró:
—Tania, estoy un poco cansada. No conozco este lugar, ¿me acompañas a buscar un sitio para descansar?
Tania lanzó una mirada significativa a Leonel y a Liliana, y luego ayudó a Silvina a girar sobre sus pasos y alejarse.
Hasta ese momento Silvina había estado resistiendo con fuerza, pero en cuanto se dio la vuelta, la tristeza en sus ojos ya no pudo ocultarse.
Sí, había vuelto a ser codiciosa.
Leonel era tan perfecto, tan admirable… ¿cómo podía su pasado ser una hoja en blanco?
Esa mujer… seguramente era alguien especial para él.
Su mirada hacia ella era tan tierna.
Jamás había mirado a Silvina de esa manera.
¿Acaso la respuesta no estaba ya clara?
¿Por