Silvina vio a Tania acercarse con un vestido largo de satén color púrpura oscuro, de escote palabra de honor y con una abertura alta que dejaba al descubierto sus largas piernas, caminando con gracia sobre unos tacones.
—¿Tú también viniste? —preguntó Silvina sorprendida.
—¡Qué raro! ¿Cómo no iba a venir? ¿Acaso Leonel no te contó que mi jefe y Evelio siempre fueron sus buenos amigos? —Tania puso los ojos en blanco—. Oye, ¿de verdad eres parte de nuestro círculo? ¡Todo el mundo lo sabía, menos tú!
Silvina, un poco avergonzada, respondió:
—La verdad, no lo sabía.
—Bah, olvídalo. Tú, como esposa de un magnate que casi nunca sale de casa, no entiendes las penurias de los simples mortales como nosotras —dijo Tania con un ademán despreocupado.
Silvina contuvo la risa. ¿Esposa de magnate? ¿Simples mortales? Tania siempre con sus ocurrencias…
Tania tomó cariñosamente del brazo a Silvina y añadió:
—Yo quería aprovechar y viajar en su avión, pero mi jefe no me dejó y me obligó a venir en coche