Leonel arqueó una ceja hacia Silvina y dijo:
—¡No cualquier mujer puede quitarme la ropa!
Silvina, por dentro, soltó una carcajada amarga. Sí, claro… no cualquiera, pero tu exnovia sí podía, ¿verdad?
Aun así, aunque se quejara en silencio, caminó hacia él y empezó a desabotonarle la camisa con calma.
Leonel bajó la mirada hacia los dedos de Silvina, observando cómo deshacía cada botón uno por uno.
Con cada botón que se abría, el corazón de Leonel latía con más fuerza, como si lo que Silvina estuviera soltando no fueran botones, sino las ataduras de su propio pecho.
Su mirada se deslizó hasta el cuello de ella, ya teñido de un rubor rosado, y de pronto su ánimo se iluminó.
Al fin y al cabo… su rabia era por ella, y su alegría también.
Silvina tampoco lo tenía fácil.
Estaba obligándose a mantenerse firme mientras le desabrochaba la camisa, y con cada botón, el torso perfecto de Leonel se revelaba un poco más.
Ese cuerpo era suficiente para volver locas a todas las mujeres del mundo, y n