—¿Eh? ¿No ibas a bañarme tú? —la voz burlona de Leonel resonó junto a la mano de Silvina—. ¿Crees que con una sola mano puedo hacerlo?
¡¿Qué?! ¿Encima quería que ella lo bañara?
¿Que usara sus propias manos para recorrerle todo el cuerpo?
Silvina ya no pudo mantener la calma.
Solo con imaginar la escena, sentía que perdería el control.
Si de verdad tenía que tocarlo por completo con sus manos… Leonel, ¿todavía querrías al hijo que llevaba en su vientre?
El rostro de Silvina estaba tan rojo que parecía a punto de gotear sangre.
Al verla tan nerviosa, Leonel finalmente la dejó en paz.
Después de todo, él también se preocupaba por el niño que ella esperaba.
Bromear con su esposa podía esperar; ya habría tiempo.
—Haz que entre el mayordomo a asistirme en el baño —ordenó Leonel al fin, con tono autoritario—. A los demás no los soporto.
—Está bien —Silvina soltó un largo suspiro de alivio y salió corriendo de la habitación.
El mayordomo, que parecía haberlo previsto todo, le sonrió al verla