Silvina extendió la mano y acarició suavemente su vientre, sin responder a la pregunta de Tania. Solo mostró una leve sonrisa y dijo:
—Tania, en realidad tú deberías haberlo notado… Yo siempre he mantenido cierta distancia con todo lo que me rodea aquí. Lo hice para que, cuando llegue el momento de marcharme, no haya emociones de apego que me impidan hacerlo.
—Sí, me di cuenta —respondió Tania, y luego la miró con atención—. Si yo lo noté, Leonel… seguramente también lo habrá notado, ¿no?
Silvina no respondió.
Que Leonel lo hubiera percibido o no ya no tenía importancia. Él había vuelto al lado de Rosa. Y Rosa, después de utilizarla una y otra vez, había conseguido lo que quería.
Basta. Ella no pensaba seguir con reproches. Consideraría que con esa última muestra de buena voluntad había saldado casi veinte años de amistad.
A partir de ahora, ella y Rosa no tendrían ya ningún lazo.
Sin embargo, al recordar todas las veces que Rosa la había manipulado y usado, Silvina no pudo evitar sen