La Abuela Muñoz miró a los dos jóvenes frente a ella y, por supuesto, comprendió sus pequeñas artimañas. Tras una breve pausa, dijo:
—Está bien que vayas, pero deben aumentar el número de asistentes y guardaespaldas a tu alrededor. Al fin y al cabo, llevas en tu vientre al próximo heredero de la Familia Muñoz, ¡y no puede permitirse ningún error! Y, Silvina, ¿crees que no sé que a menudo despides a tus asistentes y guardaespaldas para estar tranquila? Si vuelves a hacerlo, quedarás bajo arresto domiciliario.
Silvina se apresuró a reconocer su falta:
—¡Abuela, lo siento! ¡No me atreveré a hacerlo otra vez!
—Así es, abuela. De ahora en adelante, sin importar a dónde vaya, siempre la llevaré conmigo —añadió Leonel con calma—. ¿Así puede quedarse tranquila?
"¿Llevarla a todas partes…? ¿Acaso era un perrito?" pensó Silvina.
Pero bueno, con tal de ganar un poco de libertad, ¡ser un perrito no importaba!
Asintió repetidamente, cooperando en todo.
—Está bien. Leonel, ya vas a ser padre, así q