—¡Mío! —Silvina levantó la cabeza, erizada, mirando a Leonel.
—Yo lo agarré primero —respondió Leonel, arqueando las cejas a propósito.
A él simplemente le encantaba ver a Silvina enojada; cuando se enfurecía de esa manera, era increíblemente adorable.
—¡Tú ya tienes un plato entero! —protestó Silvina. Ella solo había frito una pequeña fuente de carne; no había remedio, en la mansión toda la vajilla era tan delicada y artística que no existían platos grandes.
La gente de Inochi y Lunaris comía siempre en cuencos y platitos pequeños, todo muy refinado. Por eso, aunque Silvina había preparado una mesa completa de comida, en realidad no había mucho en cantidad.
De modo que esa fuente de carne frita no tenía demasiadas piezas.
Leonel, viendo a Silvina tan alterada, soltó una carcajada amplia y satisfecha.
—Vaya, ¿por qué tu plato tiene menos carne? —dijo con fingida sorpresa, mirando su fuente.
—¡No es cierto!… —Silvina bajó un momento la cabeza y, en ese descuido, Leonel se adueñó de la