Antonio se movía entre pasillos ocultos, como una sombra. Su rostro, antes sereno, ahora estaba tenso, manchado con rastros de sudor y furia contenida.
Sabía que no podía ganar esta vez. Dante había llegado con todo… y él no podía arriesgarse a caer.
—Maldito seas, Dante… —murmuró, apretando los dientes mientras descendía por una escalerilla de hierro oxidado que lo llevaba a un viejo túnel de escape.
El sistema subterráneo había sido construido por el anterior dueño. Nadie lo conocía salvo él. Ni siquiera Ulises. Nadie más debía saberlo.
Mientras el caos se desataba sobre la superficie, Antonio caminó por el túnel húmedo, con las paredes agrietadas y el olor a tierra húmeda envolviéndolo.
Caminaba sin mirar atrás, sabiendo que cada segundo que pasaba lo alejaba de su mansión… de su imperio… pero también lo mantenía vivo.
Al final del túnel, una compuerta de acero oxidado se abría a una pequeña cabaña abandonada entre los árboles. Allí lo esperaba un vehículo viejo, cubierto por un